La batalla campal en el imperio estadounidense

El cielo se pinta de negro y las calles se tiñen de rojo. Fuego, humo y sangre llaman las miradas de un mundo convulso donde lo conflictos de clase cada vez son más agudos. Los trabajadores del mundo entero observamos al imperio que nos oprime: ¿qué está sucediendo allí?

Como dijo el Camarada Mao Zedong: “Una chispa puede incendiar la pradera”.

El brutal asesinato de George Floyd fue la chispa detonante de una histórica lucha contra el racismo fundacional del imperio estadounidense. Los cimientos de este país fueron construidos en base al exterminio de los pueblos indígenas nativos y la generalización de la esclavitud de afroamericanos. La segregación racial ha marcado toda su historia, sin intentos reales de combatirla.

El llamado de protesta ha encendido los corazones de miles de trabajadores estadounidenses. Hasta la fecha ha habido más de 550 focos de protestas alrededor de todo su territorio. Lo que une hoy a la clase obrera estadounidense se resume en dos palabras: violencia y miseria.

¿A qué nos referimos con violencia?

La violencia estatal en el capitalismo estadounidense es pan de cada día. El aparato coercitivo de su clase dominante muchas veces ni siquiera escatima en esconder su brutalidad, ni en otros países, ni en el suyo propio.

En todo el año 2019, sólo hubo 27 días en los cuales un policía no mató a alguien. Las estadísticas demuestran que los policías estadounidenses están tres veces más dispuestos a asesinar a un afroamericano que a un blanco, siendo esta relación de un 1,5 entre un hispano o latino y alguien de piel blanca. Como latinoamericanos, el racismo nos afecta directamente.

Contrario a las autojustificaciones de los asesinos, en casos de enfrentamiento, un afroamericano es 1,3 veces más propenso a estar desarmado, tampoco existiendo correlación entre la gravedad del delito y la violencia policial, sino que todo indica que es un sesgo racial. Por si fuera poco, 8 de las 100 ciudades más grandes de EE.UU tienen una tasa de asesinato de afroamericanos a manos de la policía mayor al promedio nacional de todos los asesinatos, y 99% de estos homicidios han sido impunes.

En el tiempo reciente, las injusticias han alcanzado puntos inimaginables. En 1985, el gobierno estadounidense bombardeó desde un helicóptero, con armamento militar de alto calibre, un vecindario en el cual había una casa relacionada a un movimiento rebelde antirracista en Filadelfia, lo que dejó 11 muertos, 61 hogares destruidos y 250 personas que lo perdieron todo. A cualquiera le dejaría perplejo conocer que por una guarida hayan destruido toda la manzana con explosivos aéreos, pero este es el sello de su sistema.

La lucha contra estos abusos ya tiene antecedentes. En 1992, la terrible tortura ejercida por la policía de Los Ángeles contra el trabajador de la construcción afroamericano Rodney King detonó en enormes protestas. que fueron contestadas con 63 muertos, casi 2500 heridos y más de 12000 arrestos

Hartos de vivir con miedo, las comunidades afroamericanas y trabajadores de todo tipo, independientemente de una división tan inútil y artificiosa como la piel, han decidido retomar la acción.

¿A qué nos referimos con miseria?

La miseria también es uno con el racismo en EE.UU, pues de acuerdo a estadísticas oficiales, el hogar afroamericano promedio tiene la mitad de los ingresos que el hogar de una familia caucásica, mientras que la tasa de pobreza (21%) es el doble para los primeros nombrados. 40% de los indigentes en EE.UU son afroamericanos, a pesar de que sólo componen el 13% de la población total. La tasa de encarcelamiento para los afroamericanos es mucho mayor, principalmente por la incapacidad de poder pagar un abogado, lo que en el país con la mayor población penal de la historia los lleva a ser enjaulados incluso antes de pasar por tribunal.

Contextualmente, la pandemia del coronavirus ha empeorado esta terrible situación. 24% de las más de 100.000 muertes, causadas por el criminal manejo de la crisis por parte del gobierno de Donald Trump, son de afroamericanos, doblando el porcentaje que son de la población total. Esta situación de crisis sanitaria, relacionada a la pobreza e inequidad, no es algo nuevo. Los datos de salud oficiales demuestran que los afroamericanos son quienes cuentan con las peores coberturas de salud, tienen mayor probabilidad de sufrir enfermedades como la diabetes y tienen el doble de probabilidades de morir de ataques cardiacos que la mayoría anglosajona.

Las crisis son momentos para pensamiento y acción revolucionaria, y en medio de una masacre para la clase obrera, en la cual el desempleo ha alcanzado niveles históricos, ejemplificados en el récord de 26 millones de nuevos desempleados en un mes, bastó un atropello más contra los trabajadores para que estos salieran a tomarse las calles.

¿Cuál ha sido la respuesta del Estado burgués?

Las protestas, como es costumbre, han sido aplacadas con brutalidad, de manera similar a Chile, con toda clase de armamento antidisturbios. Ha habido decenas de miles de denuncias de brutalidad policial, equivalentes a los más de 100.000 arrestos alcanzados en tan sólo una semana, siendo la mayoría contra manifestantes pacíficos.

El imperio estadounidense tiene extensa tradición teórica respecto a la guerra psicológica. Una cara más engañosa del capital pudo ser vista cuando a horas del toque de queda, cuando el gobierno soltó a la Guardia Nacional, militares de reserva, para imponer su orden en el país, se vieron en virales episodios de soldados bailando y compartiendo con la población, buscando pasar desapercibida la represión que venían a ejercer.

Donald Trump prefiere sacar toda la fuerza represiva del Estado y busca utilizar el Acta de Insurrección de 1807, vieja ley de la potencia imperialista que le permite, en caso de rebelión o disidencia, utilizar al ejército regular para reprimirla. La última vez que fue utilizada fue en aquel fatídico 1992, y a pesar de las oposiciones, esta ley permite que el Presidente pueda imponerse incluso contra los poderes locales para atacar cualquier revuelta.

Las dos caras del imperialismo: Republicanos y demócratas.

La burguesía también puede tener conflictos internos y una batalla entre demócratas y republicanos que se estaba dando fuertemente desde el inicio de la crisis del coronavirus hoy se agudiza. Por un lado, la guardia republicana destaca por su conservadurismo y mano dura contra la clase obrera, manteniendo el mercado a sus anchas, lo cual derivó en un férreo proteccionismo para los grandes ricos estadounidenses con la presidencia de Donald Trump. Por otro lado, los demócratas prefieren mostrar un rostro más amable y engañoso, con medidas socialmente progresistas pero que ocultan la brutalidad del capitalismo bajo ciertas concesiones.

Esta diferencia dentro de una misma clase responde a sus intereses particulares:

Los demócratas son el partido de los “cuatro grandes” (Exxon-Mobile, BP, Shell y Chevron) de la gran industria petrolífera que se cuelgan del ecologismo para acabar con su competencia republicana (el fracking), de los Rockerfeller (históricamente interesados en las investigaciones sobre libertad sexual), las agencias de inteligencia, las operaciones encubiertas en otros países, las ONGs, etc.

Los republicanos son el partido de los grandes manufactureros del país a los cuales Trump les ha prometido protección. Hay varias grandes empresas productoras aquí, pero destacan recientemente Apple y The Home Depot (productora de herramientas, artículos de hogar y artículos de construcción). Históricamente, el núcleo republicano es el complejo militar-industrial, que depende de crear tensión mundial para venderle armamento a diversos países.

El conflicto en la burguesía.

Mientras los demócratas pronto saltaron a twittear con el hashtag #BlackLivesMatter y a enviar a su candidato presidencial (Joe Biden) a conversar con algunos manifestantes para ganar puntos de votación, apostando por desarmar la revuelta con la persuasión, la postura de Trump y su guardia republicana fue completamente diferente, procurando mantener su propia base de apoyo y destruir las protestas con la fuerza.

A tres días del inicio de las protestas, ya Donald Trump, enfurecido, le ordenaba a los gobernadores demócratas que reprimieran las manifestaciones, advirtiendo que todo el planeta veía la situación como un momento de debilidad para su poder, mientras ardía en llamas la comisaria de Minneapolis, de la cual provenía el asesino de Floyd, Derek Chauvin. Amenazaba con tomar la iniciativa militar por su cuenta si estas autoridades no seguían sus designios, lo cual no fue acatado.

En el Congreso, los legisladores demócratas planean reducir el rol de la policía, regular su brutalidad e inclusive, quitarles la inmunidad que poseen de ser juzgados por abuso por un tribunal competente como cualquier ciudadano. Los republicanos, por su parte, tienen la contrapropuesta de generar entrenamientos “éticos” en la policía, pero se oponen a cualquier reducción en el poder que los “azules” poseen, mientras Trump grita delirante por Twitter que es todo un plan de la “izquierda radical”.

La autoridad presidencial se ha opuesto inclusive a poderes tan localizados como las alcaldías. En Seattle, la alcalde Jenny Durkan, en un afán apaciguante, ha permitido que ciertos manifestantes lleven adelante su proyecto de una “zona autónoma de Capitol Hill”, área sobre la cual declaran independencia del Estado, a pesar de tener el beneplácito las autoridades demócratas, incluyendo al Gobernador de Washington, Jay Inslee. Esto, naturalmente, ha aumentado aún más la ira del Presidente, que se decanta por seguir acusando a los neoliberales de ser los enemigos del capitalismo que tanto las beneficia.

Ambos partidos buscan obtener fuertes bases de apoyo. Mientras los demócratas buscan llevar a su lado a dirigentes afroamericanos dispuestos a decir que la solución es el voto y no la revolución, proponiendo eliminar los monumentos a dirigentes de los Estados Confederados de América, Estado nacido en el contexto de la Guerra Civil con el fin de mantener el esclavismo, los republicanos no sólo defienden este legado, sino que han ocupado simbología nazi en su propaganda, llamando a los elementos más racistas de la sociedad.

Tal situación es homologable a Chile en las discusiones inertes entre la falsa oposición (neoliberalismo “de izquierda” conformada por la Nueva Mayoría y Frente Amplio) y el gobierno neoliberal (Chile Vamos) sobre cómo dar solución a la rebelión popular que se enfrentaba a ambos bloques.

Las milicias.

Bastante conocido fue el episodio en plena crisis pandémica en el cual Trump llamaba por Twitter a las llamadas ‘milicias’ de sectores derechistas a rebelarse contra los gobernadores demócratas que aplicaban cuarentena, empeñado en mantener la producción a toda costa. Sus bases de apoyo entendían esto como una ofensa contra su “libertad”. En un país donde el porte de armas es hace siglos una enmienda constitucional, estos militantes comenzaron a tomarse edificios legislativos y de gobierno portando rifles de asalto y de francotirador ante la mirada pasiva de la policía. Hoy, no está tan seguro que sigan apoyando al “candidato antisistema”.

Normalmente los investigadores han clasificado el fenómeno de las milicias entre los “constitucionalistas”, aquellos que interpretan literalmente la Constitución y se arman en caso de que esta sea “violada” por algún “tirano”, y los “milenarios”, aquellos que creen en una serie de teorías conspirativas que los llevan a pensar que el inicio de este milenio estará plagado de catástrofes, por lo cual están más dispuestos a cualquier forma de violencia. En general, las milicias defienden a rajatabla la propiedad privada y ciertos derechos individuales que consideran sagrados, despreciando la intervención gubernamental en la sociedad.

Entre estos, nació un tercer movimiento, el boogaloo, término que significa “guerra civil”. Estos milicianos, cada vez más predominantes, están comenzando a ver con desprecio a Trump y han llamado a viajar kilómetros y kilómetros para apoyar directamente las protestas, con todo su armamento pesado. Este curioso conflicto se debe a que esta sección extremista del capitalismo, nostálgica de la Guerra Civil Estadounidense surgida cuando el gobierno federal prohibió la esclavitud, cree en la inevitabilidad de una guerra civil para derrocar “al gobierno” y así iniciar una era sin Estado donde reine completamente el libre mercado y la “libertad individual”. Antes enfocados en la cuarentena demócrata, hoy Trump y sus políticas autoritarias se transforman en dictadura en sus ojos, y apuntan sus cañones a un nuevo objetivo.

Las discusiones son duras y llenas de indecisión. Los back the blue (o “apoya a los azules”, a los policías) creen que deben ser los refuerzos de las fuerzas policiales para reprimir a los antifascistas (o antifa), a quienes creen ser una organización terrorista que se está aprovechando de la situación para implantar una “dictadura comunista”. En el otro lado, los back the boog (o “apoya a la guerra civil”) creen que, si siguen permitiendo los excesos militaristas de Trump, el día de mañana ellos serán los reprimidos, por lo cual están dispuestos a entrar en guerra abierta contra el Estado a pesar de sus diferencias con gran parte del movimiento antirracista. Estos grupos no ven la situación como un problema de clase ni tampoco como un tema racial, sino como una división entre la sociedad civil y las fuerzas coercitivas del Estado.

Pugnas internas.

Las contradicciones políticas han inclusive calado en el interior del sector republicano. Un episodio en particular separó algunas aguas, cuando el 2 de Junio, en medio de protestas alrededor del Capitolio, sede imponente del Poder Ejecutivo, Trump ordena en vivo que la policía ocupe las calles y destruya las manifestaciones, lo que conllevó llenar de gas lacrimógeno aquella zona ocupada por una manifestación pacífica, a motivo de poder sacarse una foto icónica. En ella, el Presidente levanta una Biblia ante la Iglesia Saint John mientras que con la palabra llama a la represión, táctica común de los tiranos capitalistas que recientemente hemos observado en Chile, Brasil y Bolivia.

No sólo fueron los demócratas quienes tuvieron fuertes quejas e inclusive intentaron sacar una moción parlamentaria condenando el actuar de Trump, la cual fue bloqueada en la tramitación por republicanos, sino que algunas voces republicanas también criticaron fuertemente la violencia con la cual se ha respondido a la situación. Kori Schake, asesor de los republicanos y exfuncionario del Pentágono, advirtió que este hito sería pésimo para la imagen de Trump, señalando también su hipocresía, pues condenaría cualquier acto similar en el extranjero (a lo cual corregimos que esto pasaría en tanto aquel país no quiera ser su esclavo).

Dentro de la Casa Blanca, tal vez, la situación es peor. Los asesores y aliados políticos de Trump no pueden decidirse sobre qué hacer. Algunos, más apegados al fascismo, llaman a que no espere ni un solo instante antes de sacar los militares a destruir el movimiento. Otros, por el contrario, se estresan al ver que su líder no está atendiendo la situación racial, lo cual radicalizaría el descontento. Por su parte, Trump dice con arrogancia: “Estos no son mis votantes”. Donald aún piensa en las elecciones presidenciales y su reelección para este mismo año, sabiendo que cada acción puede costarle la presidencia.

Cosas tan triviales como si Trump va a dar un discurso o no son motivo de acalorado debate en sus filas y se volvió viral con el hashtag #BunkerBoy ( o ‘chico búnker’) el afamado momento en el cual un presidente burgués, superado por el calor de la lucha de clases, se encierra en el búnker de la casa de gobierno y espera a que, de alguna forma, pase la tormenta proletaria que acontecía a puertas del edificio.

La situación puede volverse aún más tensa con las revelaciones del libro “The Room When It Happened” (La habitación donde sucedió) de John Bolton, ex asesor de Seguridad Nacional, que promete revelar los oscuros secretos de su administración.

El Pentágono.

El Pentágono hace referencia a la sede del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, donde yacen los altos jerarcas militares pertenecientes al Estado Mayor. Aquí es donde se planean todas las grandes invasiones e intervenciones militares que usa el imperialismo contra loso pueblos del mundo. Cualquier opinión o directiva emanada de aquí es siempre trascendental y muchas veces manda más que la propia Casa Blanca, pues es la más alta superestructura del sistema capitalista estadounidense.

Quien preside este lugar, Mark Esper, no tardó en desenmarcarse de Trump y oponerse duramente a la idea de utilizar el Acta de Insurrección.  Por su parte, el general Mark Milley, jefe del Estado Mayor que asesora al Pentágono, tras aparecer en fotografía en la Iglesia Saint John junto a Trump, símbolo del militarismo ascendente en el gobierno, no tardó en pedir disculpas al respecto y oponerse duramente a la idea de llevar adelante la guerra en “el campo de batalla” del cual había hablado en un comienzo. La situación recuerda a cuando en Chile el general Javier Iturriaga, intentando calmar los ánimos, matizó los gritos iracundos de Piñera alegando: “Yo no estoy en guerra con nadie”.

Esper y el secretario del Ejército, Ryan McCarthy, han llegado a preparar un proyecto para deshacerse de los nombres de bases militares que honran a comandantes de la Confederación, intentando dar cierto respaldo a las demandas sociales y así tranquilizar la efervescencia social.

El general Jim Mattis, exsecretario de Defensa, ha ido aún más lejos. Ha alegado que Trump es el primer presidente de toda la historia que en vez de unir al pueblo, busca dividirlo, advirtiendo que su régimen bordea lo inconstitucional. La alta casta militar está sumamente preocupada de la potencial radicalización de la situación y ante un político con cabeza de bala, su nerviosismo es notable.

La respuesta del gobernante es por el momento posponer sus planes fascistas, pero no sin alegar que él fue quien “reconstruyó al Ejército”. Su gobierno ha destacado por su aumento de los gastos en lo militar y espera que este favor sea devuelto por los militares que hoy intentan que la lucha de clases no se agudice.

Perspectivas.

Las diversas capas de la burguesía intentan darle una solución sistémica a la crisis que difiere en el método, pero comparte el objetivo: evitar el indispensable cambio en la estructura capitalista. El racismo es uno con la opresión de clase y es uno de los rostros de la explotación que el imperialismo ejerce no solamente en el extranjero, sino también en casa. Hoy, esta burguesía no solamente enfrenta la amenaza interna de un pueblo alzado, sino también la resistencia antiimperialista internacional liderada por la República Popular China, nación socialista con la cual ha llevado adelante una guerra comercial que ha estado perdiendo estrepitosamente. Sus intentonas militares imperialistas de ultramar también han fracaso, y la guerra mediática contra China, intentando culparle de los problemas propios, no ha sido suficiente para poder borrar el despertar de la conciencia de los trabajadores del mundo entero.

Los revolucionarios debemos estar atentos a los hechos de este convulso presente y enviar todo nuestro apoyo a los trabajadores que luchan en el corazón del enemigo. No deben caer en las trampas del sistema ni dejarse seducir por algunas reformas cosméticas que planean aplacar su rabia, fruto de la esencia misma de su entorno. Nuestro deber hoy es levantar un proyecto patriótico y popular propio, uniéndonos a los esfuerzos mancomunados para borrar al imperialismo de la faz de la Tierra, conquistado así nuestra propia libertad.

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